Mientras el Gobierno estudia mantener el horario de invierno de forma permanente, los expertos en cronobiología y sueño lo tienen claro: nuestro cuerpo y nuestro cerebro funcionan mejor con el horario de invierno. Dormimos más y mejor, reducimos el riesgo de infartos y de accidentes, y vivimos más sincronizados con la luz solar. Mantener el horario de invierno todo el año no es una cuestión política, sino biológica.
En este sentido, diversos estudios han demostrado que el cambio de horario puede tener un impacto significativo en nuestra salud y bienestar. Por ejemplo, investigadores han encontrado que el horario de verano está asociado con un aumento en los casos de ataques al corazón, debido a la interrupción en nuestros ritmos circadianos naturales.
Además, mantener el horario de invierno de manera permanente también puede tener beneficios económicos. Se estima que al reducir el riesgo de accidentes de tráfico y mejorar la productividad laboral, se podrían llegar a ahorrar hasta 1.500 millones de euros al año.
En definitiva, la decisión de mantener el horario de invierno de forma continua no solo tendría un impacto positivo en nuestra salud y bienestar, sino también en nuestra economía. Es importante considerar todos estos aspectos antes de tomar una decisión final al respecto.
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