Una expedición de Borders sin fronteras ha visitado los proyectos que la ONG Educo desarrolla en el Campamento de Refugiados Bazar Cox, Bangladesh, el más grande del mundo. En este enclave, casi un millón de personas en el grupo étnico rohingya viven en condiciones extremadamente precarias, de las cuales el 55% son niños y niñas.
Los rohingya, un grupo étnico apátrida que ha vivido en Myanmar durante siglos, sufrieron un éxodo masivo en 2017, después de una explosión de violencia en Rakhine. Desde entonces, sobreviven en campamentos superpoblados «y prácticamente olvidados por la comunidad internacional», según Educo.
En este contexto, la ONG trabaja para garantizar el derecho a la educación y la protección de la infancia rohingya y las comunidades de acogida. La organización lidera una respuesta humanitaria que llega a 95,000 personas, especialmente niños y adolescentes, a través de la educación, la protección infantil y programas de consolidación comunitaria.
Desde 2018, Educo ha implementado centros de aprendizaje comunitario, iniciativas de protección infantil y programas de adaptación al cambio climático, garantizando el acceso a la educación de los niños más vulnerables, el apoyo psicosocial y habilidades para la vida.
En esta visita, Borders sin fronteras realizaron varios espectáculos para 12,500 personas en el campo. «Sabemos que la risa y las emociones positivas son herramientas poderosas de resistencia. Ayudan a hacer frente a situaciones difíciles, como las experimentadas en el bazar de Cox», dijo el coordinador de los payasos sin fronteras, Donald Lehn.
Por su parte, la directora de Educo, Pilar, resaltó la importancia de esta colaboración. «La visita de Borders sin fronteras es un soplo de aire fresco para los niños rohingya. En educación trabajamos cada día para que la educación sea un refugio y una oportunidad para estos niños, momentos de alegría a medida que fortalecen su bienestar emocional, el derecho a una infancia digna», dijo.
Entre los niños que disfrutaron de los espectáculos, Sohana Akther, una adolescente de 14 años del Campamento 8, aseguró que el circo de la esperanza la hizo «olvidar sus preocupaciones» y le enseñó que podía ser «fuerte y creativa». «No sabía que podía reír mientras aprendía algo nuevo. Especialmente la música, que es tan buena y emocional», dijo.
Por otro lado, MD. Idiris, un niño de 16 años del Campamento 8, enfatizó que le encantaron las actividades del circo porque eran muy divertidas. «Fue la primera vez que vi algo tan divertido y educativo de parte de un desconocido. Me sentí increíble al ser parte de una actividad tan positiva y alegre», subrayó.
A su vez, Md. Tofayel, un maestro rohingya de 28 años, destacó lo positivo de esta iniciativa. «No solo contribuye a la felicidad de los niños, sino que también enseña habilidades importantes para la vida, como cuidarse del fuego, de una manera que resuena en sus corazones y mentes», dijo.