El estudiante de medicina se aproximó a su habitación en la jungla del este de Myanmar cuando escuchó aviones militares volando sobre su cabeza. Corrió hacia un refugio al escucharlos, enfrentándose a una serpiente negra en el camino. Con un palo, logró matarla antes de que pudiera morderlo.
«Fue horrible», expresó Khuu Nay Reh Win, de 21 años, quien se inspiró para convertirse en cirujano después de trabajar como médico en el ejército rebelde. «El miedo a morir por una serpiente es tan real como el miedo a las bombas».
La vida en Karenni Medical College es única, una escuela fundada hace dos años en territorio controlado por las fuerzas rebeldes. El campus, con aulas y casas de bambú y paja, fue construido en la jungla por maestros y estudiantes.
Es una de las 18 pequeñas universidades, colegios y academias establecidas en el territorio rebelde en los últimos cuatro años desde el golpe de estado en Myanmar, según funcionarios de cinco regiones del país que se oponen a la junta militar. A pesar de la falta de fondos y recursos, estas escuelas representan la esperanza de construir una nueva sociedad democrática en el país.
«Nos abrimos sin esperar a que la revolución terminara, porque nos preocupaba que si los jóvenes eran privados de educación durante mucho tiempo, podrían cambiar de rumbo, retrasar su aprendizaje y perder oportunidades de educación superior», dijo el Dr. Myo Khant Ko Ko, fundador y presidente de Karenni Medical College.
La Guerra Civil en Myanmar ha alterado la vida en el país, con miles de muertos, cierres masivos y millones de desplazados internos. Las fuerzas rebeldes étnicas han logrado avances significativos en áreas rurales, lo que ha generado optimismo entre sus seguidores.
Sin embargo, la junta sigue manteniendo el control sobre las principales ciudades y la mayoría de la riqueza y el poder aéreo del país. A pesar de los desafíos, las escuelas en territorio rebelde continúan operando y ofreciendo educación a cientos de estudiantes.
Para evitar ataques aéreos, las escuelas se mantienen ocultas y en áreas seguras. Algunas han tomado edificios dañados, otras se esconden en zonas residenciales o bajo el dosel de la jungla. Los estudiantes, muchos provenientes de campos de refugiados, enfrentan desafíos diarios, desde serpientes hasta vacas que se comen su ropa en el campus.
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